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ne ser mala mujer entre estas lanzas y espadas? Pues ¿qué será si en alguna manera los otros ladrones sintieren esta burla? ¿Piensas que no tornarás otra vez al asno y otra vez me causarás a mí la muerte? Cierto, tú burlas y juegas de cuero ajeno." En tanto que yo, en mi pensamiento, falsamente acusaba estas cosas y disputaba de ellas con grande enojo, conocí de sus mismas palabras, algo dudosas, aunque no muy obscuras para asno discreto, que aquel mancebo no era Hemo, ladrón famoso, mas que era Lepolemo, esposo de la doncella: porque procediendo en sus palabras, que ya un poco más claramente hablaran, no curando de mi presencia, estuvieron hablando muy quedo, y él dijo:

—Tú, señora Carites, mi dulcísima esposa, ten buen esfuerzo, que todos estos tus enemigos te los daré presos y cautivos en las manos.

Y diciendo esto, no cesa de darles el vino, ya mezclado y algo tibio, con mayor instancia; de manera que ellos estaban ya lijados del vino y de la violencia y muchedumbre de él; él se abstenía de no beber, y por Dios que a mí me dió sospecha que les habría echado dentro de los cántaros del vino algunas hierbas para hacerles dormir; finalmente, que todos, sin que uno faltase, estaban sepultados en vino, y algunos de ellos aparejados para la muerte. Entonces, Lepolemo, sin ninguna dificultad y trabajo, puestos ellos en prisiones y atados en ellas como a él le pareció, puso encima de mí lá doncella y enderezó el ca-