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aquel mancebo y oyó hacer mención del burdel y del rufián, comenzó con una gran risa a alegrarse tanto, que a mí me vino el pensamiento que todo el linaje de las mujeres merecía ser vituperado, por ver una doncella que, olvidado el amor del mancebo su marido y el deseo de las castas bodas que con él habría de hacer, se alegró súbitamente oyendo el nombre del sucio y hediondo burdel. Y la verdad es que la secta y costumbres de todas las mujeres pendían entonces del juicio de un asno. Aquel mancebo, tornando a repetir la habla, procediendo adelante, dijo:

—Pues por qué no aparejamos de suplicar y hacer sacrificio al dios Marte, nuestro compañero, y también para vender esta moza y buscar compañeros para nuestro colegio? Pero, según yo veo, no hay aquí animal ninguno para hacer sacrificio, ni tenemos vino para que suficientemente podamos beber. Así que dadme diez compañeros de éstos, con los cuales yo me contentaré, e iré a un lugar de éstos por aquí cerca, donde compraré lo que es menester para comer y otras cosas necesarias.

De esta manera, partido de allí, los otros encendieron un gran fuego e hicieron un altar al dios Marte de céspedes verdes. A poco rato tornó aquél, y los otros traían ciertos odres llenos de vino y una manada de ganado delante, de donde tomaron un cabrón grande y escogido, de muchos años, con las guedejas alzadas, el cual