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te fué muerta y destruída; yo solo, en gran pena y fatiga, me hurté entre los otros y escapé de la boca del infierno en esta manera: Vestido con una ropa de mujer, y tocada una toca en la cabeza, calzados los pitas con servillas de mujer blancas y delgadas, así escondido debajo de este hábito de mujer, cabalgando encima de un asnillo que iba cargado de espigas de cebada, pasé por medio de las batallas de los enemigos. Los cuales, pensando que era una mujer asnera, me dejaron pasar libremente, cuanto más que en aquel tiempo yo no tenía barbas y con la juventud me resplandecía la cara; pero con todo esto, yo nunca me aparté ni caí de la gloria de mi padre, ni de mi esfuerzo y virtud. Verdad es que casi con miedo, pasando cerca de las lanzas y lespadas de los caballemos, encubierto con engaño de hábito ajeno, yo solo me iba por esas villas y castillos, donde apañaba lo que podía, para provisión de mi camino.

Diciendo esto, descojó de aquellos paños rasgados que traía vestidos y sacó dos mil ducados de oro, diciendo:

—Veis aquí esta pitanza, y aun digo que en dote los doy de buena gana para vuestro colegio y compañía; y aun me ofrezco por vuestro capitán fidelísimo, y si vosotros, señores, no rehusáis esto, yo me obligo a hacer que en espacio de breve tiempo esta vuestra casa, que ahora es de piedra, se torne toda oro.

No tardaron más los ladrones: todos conformes y de un voto le hicieron su capitán, y le vistieron