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buena fortuna y no quisiese ensuciar sus esforzadas manos pidiendo por amor de Dios, sino que se ejercitase cogiendo oro a manos llenas. Cuando aquel mancebo hubo dicho estas cosas, todos los que allí estaban consintieron en ello, diciendo que tal hombre como aquél, que era ya probado en las armas, que debería ser luego llamado, y buscaron otros para suplir el número de los compañeros. Entonces aquél salió fuera de casa y tardó un poco, el cual trajo consigo un mancebo grande y esforzado, como había prometido, que no sé si se podría comparar a ninguno de los que estaban presentes, porque, además de la grandeza de su cuerpo, sobrepujaba en altura a los otros toda la cabeza, y, si os place, entonces le apuntaban los pelos de las barbas; como quiera que venía muy mal vestido y mal ataviado, con un sayo vil y roto, entre el cual parecía el pecho y vientre con las costras y callos duros y fuertes, de esta manera como entró en casa, dijo:

—Dios os salve, servidores del fortísimo dios Marte y mis fieles compañeros; recibid, queriendo de vuestra voluntad y gana, un hombre de gran corazón que quiere estar en vuestra compañía: que de mejor gana recibe heridas en el cuerpo que dineros en la mano, y es mejor que la muerte, la cual otros temen; y no penséis que soy pobre y desechado, ni estiméis mis virtudes de estos paños rotos, porque yo fuí capitán de un esforzado ejército que casi destruimos a toda Macedonia: yo soy aquel ladrón famoso que ha por