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y peor es de todos los extremos, que nos da diversas y contrarias opiniones, en tal manera que un mal hombre sea glorificado y alabado con fama de buen varón, y, por el contrario, un bueno sea maltratado en boca de los malos. Así que yo, a quien su cruel ímpetu trajo y reformó en una bestia de cuatro pies, de la más vil suerte de todas las bestias, de la cual desdicha justamente habría mancillada y se dolería quienquiera de aquel a quien hubiese acontecido, aunque fuese muy mal hombre, sobre todo era ahora acusado de crimen de ladrón contra mi huésped muy amado, que tanta honra me hizo en su casa, el cual crimen, no solamente quienquiera podría nombrar latrocinio, pero más justamente se llamaría parricidio; y con todo esto no podía defender mi causa, al menos negar con una sola palabra; finalmente, por que la mala conciencia no pareciese que estando yo presente consentía a tan celerado crimen, con esta impaciencia enojado, quise decir: "No hice yo tal cosa." La primera sílaba bien la dije, no una vez, mas muchas; pero las siguientes palabras nunca las pude declarar, y quedéme en la primera voz, rebuznando siempre una cosa: no, no. La cual nunca pude más pronunciar, como quiera que menease las labios caídos y redondos. ¿Qué más puedo yo quejarme de crueldad de la fortuna, sino que aun no hubo vergüenza de juntarme y hacer compañero con mi caballo y servidor que me trajo a cuestas? Estando yo entre mí, fluctuando en tales pensamientos, vínome aquel