bre, porque aquella misma noche y en el momento de aquel robo él huyó, y desde entonces acá nunca más pareció; y porque tuviese ayuda para su huída y muy prestamente lejos y bien lejos se escondiese, dejando atrás los que lo seguían, tuvo buen remedio que llevó consigo, en qué fué cabalgando, aquel su caballo blanco en que había venido, dejando en la posada a su mozo; el cual hallado allí por las justicias de la ciudad, lo mandaron echar en la cárcel como testigo que sabía de las maldades y consejos de su señor, y otro día, puesto a cuestión de tormento, que lo quebrantaron y desmembraron casi hasta llevarlo a la muerte, nunca confesó cosa alguna de lo que le preguntaban; por la cual causa enviaron muchos del número de la ciudad a tierra de aquel Lucio, para hacerle pagar la pena del delito que había cometido.
Contando él estas cosas yo gemía y lloraba dentro de las entrañas, haciendo comparación de aquella mi primera fortuna, de aquel Lucio bienaventurado, con la presente calamidad de asno malaventurado; además de esto, me veía en el pensamiento que los varones de la antigua doctrina, no sin causa, fingían y pronunciaban ser la fortuna ciega y sin ojos, la cual siempre daba sus riquezas a hombres malos y que no las merecían, y nunca escogía a alguno de los hombres por juicio y justo, antes, conversaba principalmente con tales personas de las cuales debía huir si de lejos las viese; y lo que más extremo