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que así es, nosotros socorreremos tu soledad y te mostraremos el camino bien ancho para ir a tus padres.

Y siguiendo las palabras con el hecho, echó mano del cabestro y tornóme para atrás dándome buenos palos y guinchones con un palo nudoso que traía en la mano. Entonces yo, contra mi voluntad, tornando a la muerte que me estaba aparejada, recordéme del dolor de la uña y comencé cabeceando a cojear. Aquel que me tornó para atrás dijo:

—¿Y cómo tú otra vez vas titubeando y vacilando? ¿Y estos tus pies podridos pueden huir y no saben andar? Ahora, poco ha, vencían la celeridad de Pegaso, aquel caballo que volaba.

En tanto que este compañero muy sabroso jugaba conmigo de esta manera, sacudiéndome muy buenas varadas, ya llegamos al canto de su casa: he aquí donde vimos aquella vejezuela que estaba ahorcada, con una soga, de la rama de un alto ciprés, a la cual los ladrones descolgaron y así con su cuerda al pescuezo la lanzaron por estas peñas abajo, y entrando en casa, después que hubieron atado la doncella con sus cordeles, pegaron con la cena que la desventurada vieja en su última diligencia había aparejado; y después que con sus ánimos bestiales y ferocidad tragaron todo lo que allí había, comenzaron entre sí a platicar y considerar de nuestra pena y de su venganza, y, como suele acontecer entre gente turbulenta, fueron diferentes las sentencias que cada uno dijo. El pri-