di un par de coces en aquellos pechos, que di con ella en tierra. La vieja, como quiera que estaba en tierra, todavía me tenía fuertemente por el cabestro: de manera que, aunque yo corría, la llevaba medio arrastrando; la cual luego comenzó con grandes voces y gritos a pedir ayuda de otra más fuerza que la suya; pero de nadie llamaba ayuda con sus voces, porque nadie oía que le pudiese socorrer, salvo aquella doncella que allí estaba presa, la cual, a las voces que la vieja daba, salió y vió una fiesta y aparato para ver. Conviene a saber: la vejezuela, trabada no de un toro, mas de un asno, y como aquello vió, tomada en sí fuerza de varón, osó hacer una hazaña muy hermosa: trabóme con sus manos del cabestro y con palabras de halago comenzóme a detener un poco, y saltó encima de mí: desde que allí se vió incitábame otra vez para que corriese, y yo así, por la gana que tenía de huir como por escapar aquella doncella, también por las varadas que muchas veces me daba, corría como un caballo, saltando cuanto podía, y tentaba de responder a las de.icadas palabras de la doncella, y aun algunas veces, fingiendo quererme rascar en el espinazo, volvía la cabeza y besaba los hermosos pies de la moza. Entonces ella, con gran suspiro, mirando en hito hasta el cielo, dijo:
—¡Oh soberanos dioses, dad ayuda y favor a mis extremos peligros, y tú, cruel fortuna, déjame ya de perseguir: harto te basta que ya te he sacrificado con estas mis penas y tribulaciones; y