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chones, que por levantarme me lisiaron en la pierna derecha y en el casco de la mano siniestra. Y como yo comencé a andar cojeando, uno de aquellos ladrones dijo:

—¿Hasta cuándo hemos de mantener de balde a este asnillo cansado y aun ahora cojo?

Al cual otro respondió:

—¿Qué te maravillas? Que con mal pie entró en nuestra casa; después que a nuestro poder vino, nunca hubimos otra buena ganancia, sino heridas y muertes de nuestros compañeros.

A esto añadió otro:

—Cierto, lo que yo haría es que, como él, aunque le pese, haya llevado esta carga hasta casa, luego le lanzaría de esas peñas abajo para que diese de comer y fuese manjar agradable de los buitres.

En tanto que los mansos y misericordiosos hombres entre sí altercaban de mi muerte, ya llegamos a casa, porque el temor de la muerte me hizo alas en los pies. Como llegamos, luego prestamente nos quitaron de encima lo que llevábamos, y no curando de nuestra salud, ni tampoco de mi muerte, llamaron a sus compañeros que habían quedado en casa heridos, y según lo que ellos decían era para contarles el. enojo que habían habido de nuestra tardanza. En todo esto no tenía yo poco miedo de la muerte, de que me habían amenazado, y pensando en ella decía entre ní de esta manera:

—¿En qué estás, Lucio? ¿Qué cosa más ex-