mucha tatiga y miseria, ella comenzóme a tratar humanamente y dióme de cenar muy bien y de balde. Así que, movida o alterada de amor, metióme en su cámara y cama; yo, mezquino, luego como llegué a ella una vez contraje tanta enfermedad y vejez, que por huir de allí todo cuanto tenía le di, hasta las vestiduras que los buenos ladrones me dejaron con que me cubriese, y aun algunas cosillas que había ganado cargando sacos cuando estaba bueno. Así que aquella buena mujer y mi mala fortuna me trajo a este gesto que poco antes me viste.
Yo respondí:
—Por cierto, tú eres merecedor de cualquier xtremo, mal que te viniese, aunque hubiese algo que pudiese decir último de los extremos, pues que una mala mujer y un vicio carnal tan sucio antepusiste a tu casa, mujer e hijos.
Sócrates, entonces, poniendo el dedo en la boca y como atónito mirando en derredor, a ver si era lugar seguro para hablar, dijo:
—Calla, calla; no digas mal contra esta mujer, que es maga; por ventura, no recibas algún daño por tu lengua, A lo cual yo respondí:
—¿Cómo dices tú que esta tabernera es tan poderosa y reina? ¿Qué mujer es?
El dijo:
—Es muy astuta hechicera, que puede bajar los cielos, hacer temblar la tierra, cuajar las aguas, deshacer los montes, invocar diablos, con-