y deseo ayudarte; pero no quiero incurrir en desgracia de aquella buena mujer de mi cuñada, con la cual tengo antigua amistad. Así, que tú parte luego de mi casa, y recibe en gracia que no fuiste presa por mí ni retenida."
Cuando esto oyó Psiches, contra lo que ella pensaba, afligida de doblada pena y enojo tomó su camino, tornando para atrás, y vió un hermoso templo que estaba en una selva de árboles muy grandes, en un valle, el cual era edificado muy pulidamente: y como ella se tuviese por dicho ninguna vía dudosa o de mejor esperanza jamás dejarla de probar, y que andaba buscando socorro de cualquier dios que hallase, llegóse a la puerta del templo y vió muy ricos dones de ropas y vestiduras colgadas de los postes y ramas de los árboles, con letras de oro que declaraban la causa por que eran allí ofrecidas y el nombre de la diosa a quien se dan. Entonces, Psiches, las rodillas hincadas, abrazando con sus manos el altar y limpiadas las lágrimas de sus ojos, comenzó a decir de esta manera:
"¡Oh, tú, Juno, mujer y hermana del gran Júpiter! O tú estás en el antiguo templo de la isla de Samos, la cual se glorifica porque tú naciste allí y te criaste: o estás en las sillas de la alta ciudad de Cartago, la cual te adora como doncella que fuiste llevada al cielo encima de un león: o si por ventura estás en la ribera del río Inaco, el cual hace memoria de ti, que eres casada con Júpiter y reina de las diosas: o tú estás