ciudad deseaban por hijo; era primo mío y tres años mayor que yo; habíamonos criado ambos juntamente, desde niños, en una casa y en una mesa y en una cama; el cual me tenía tanto amor, y yo a él, como si fuéramos hermanos; así que, estando para velarnos, de todo consentimiento de nuestros padres, habiéndose llamado mi marido en la carta de arras y dote que me había hecho y yendo acompañado de mis hermanos y parientes, sacrificando sacrificios en los templos y casas públicas; estando la casa adornada de laureles y relumbrando con hachas ardiendo y cantando cantares de bodas; teniendo la desventurada de mi madre en su falda ataviándome para semejante fiesta, besándome suavemente y rogando a Dios que me diese hijos, he aquí do entra súbitamente una batalla de rufianes, con gran ímpetu, las espadas desnudas y relumbrando, los cuales no curaron de robar cosa alguna ni matar a nadie, sino todos juntos, hechos una cuña, se lanzaron en la cámara donde estábamos, y sin que ninguno de los familiares de casa los resistiese ni osase tantico contradecirles, arrebataron a mí, mezquina, que del miedo y pavor que hube estaba amortecida en las faldas de mi madre. En esta manera se estorbaron mis bodas, como las de Atides y Protesilao. Pero ahora, señora madre, otra cosa muy más cruel se me ha refrescado, que crece más mi desventura y desdicha, y es que soñaba que por fuerza y contra mi voluntad me sacaban de mi casa, de dentro de mi cámara y de mi cama,
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