de tanta abundancia de riquezas como tienen, sin dilación aparejarán de redimir a su hija.
Con estas burlas y otras parlas que le decían, no se le quitaba su dolor, antes, metida la cabeza entre las piernas, lloraba sin remedio. Los ladrones llamaron allá dentro la vieja y mandáronle que se sentase cerca de ella y la consolase con las más dulces y blandas palabras que pudiese; en tanto, ellos se partieron a hacer su oficio. Con todo lo que la vieja le pudo predicar y decir, nunca pudo acabar con la doncella que dejase de llorar como lo había comenzado. Antes, más reciamente daba gritos, sollozos y grandes suspiros que le arrancaban las entrañas y a mí me hacían llorar. Decía de esta manera:
—¡Ay, mezquina de mí! ¿Cómo podré yo vivir y dejar de llorar viéndome privada de micasa y de mi familia; de mis amados criados, desconsolada de tan honrados padres y madre como tengo? Verme ahora que soy cautiva y sin ventura hecha esclava, encerrada en esta cárcel de piedra para servir y ser apartada de tantas riquezas y deleites en que fuí criada? ¿Verme asimismo en esta carnicería sin esperanza de mi vida, entre tantos y tales ladrones, compañía de mala y abominable gente?
Llorando de esta manera, con el dolor del corazón y pena de las quijadas y cansancio del cuerpo fatigada, cerráronse los ojos y comenzó a dormir. Ya que había dormido un poco, aunque no mucho, despertó con un sobresalto, como mu-