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timo término de su vida, no se le olvidaba su esfuerzo y virtud, ni la fe de nuestra compañía, antes, con cuanto ímpetu podía, resistía a la muerte y a la boca del cancerbero infernal; así que, reteniendo con la vida la figura de la osa, que había tomado, ora huyendo, ora resistiendo, con actos varios y movimientos de su cuerpo, finalmente se escapó huyendo, por la puerta de fuera, y aunque ya estaba en la calle pública, donde hay libertad para poder escapar huyendo, no lo pudo hacer, porque otros muchos perros de esas callejas cercanas, asaz bravos y fieros, se mezclaron con aquellos monteros de casa, que seguían a la osa, y hechos una compañía, yo vi una negra, amarga y miserable vista. Nuestro Trasileón estaba ceñido y cercado de estos pe—, rros, de una parte y de otra, que le mordían y despedazaban muy cruelmente. Entonces yo, no pudiendo sufrir tanto dolor, lancéme en medio de la gente, y, en lo que podía, ayudaba secretamente a nuestro buen compañero, persuadiendo a los principales de esta caza, en esta manera:

—¡Oh qué gran mal! ¡Oh qué extremo daño y pérdida! ¿Por qué queremos perder ahora una tan preciada y hermosa bestia?

Pero todas estas cautelas no aprovecharon al desdichado mancebo, porque, diciendo esto, salió de casa un hombre alto de cuerpo y valiente, el cual arrojó una lanza a la sa, que se la metió por medio de las entrañas, y tras de él, otro hizo