costumbre, están bien ejercitados para saber curar en estas bestias.
Dicho esto, tomamos licencia y fuímonos. Saliendo por la puerta de la ciudad vimos estar un enterramiento, apartado y escondido del camino: allí abrimos algunos de aquellos sepulcros medio abiertos, donde moraban aquellos muertos, hechos ceniza y comidos de carcoma, para esconder allí lo que robásemos. Después, al principio de la noche, según es costumbre de la drones, al primer sueño, cuando más gravemente carga los cuerpos humanos, con toda nuestra gente armada fuimos a ponernos ante las puertas de Democares para robarlo, como cuando vamos citados a juicio. No menos fué perezoso Trasileón, que, como vió la oportunidad de la noche, saltó fuera de la jaula y luego degolló con su espada a los que lo guardaban y dormían cerca de él, y también al portero. Después abriónos las puertas, y como nosotros prestamente nos lanzamos en casa, mostrónos un alınacén donde antes de la noche sagazmente él vió meter y encerrar mucha plata: al cual, quebradas las puertas por fuerza, mandó a cada uno de los compañeros que entrasen y cargasen cuanto pudiesen llevar de aquel oro y plata, y prestamente lo llevasen a esconder en las casas de aquellos fieles muertos. Y que luego, corriendo, tornasen por más, y que para lo demás, yo quedaría allí al umbral de las puertas, a resistir si alguno 'viniese, y para espiar solícitamente hasta que