como tenía, había resistido y contradicho a la Fortuna, pues que de nuevo tal joya le era venida. Así que Democares mandó llevar la osa al pasto donde las otras andaban. Entonces yo le dije:
—Mira, señor, lo que haces, porque esta bestia viene fatigada de la calor del Sol y del largo camino; paréceme que por ahora no se debía echar con las otras fieras, mayormente que, según he aído decir, están enfermas y amorbadas; antes la deberías mandar poner en algún lugar ancho y que corra grande aire por de dentro, en esta tu casa, y aun, si pudiese ser que estuviese cerca de alguna alberca o laguna de agua fresca. ¿Cómo, señor, no sabes tú que la natura de es tas bestias es buscar y andar siempre en montañas espesas y valles húmedos, en collados fríos y fuentes claras y deleitosas?
Con estas palabras, Democares, habiendo miedo que no se le muriese aquélla como las otras muchas que se le habían muerto, fácilmente consintió a nuestras persuasiones, y mandó que pusiésemos la jaula o caja donde a nosotros pareciese. Además de esto, yo dije que si él mandaba, que estábamos prestos a velar allí algunas noches cerca de la jaula, para dar de comer a la bestia cuando menester fuese, por que prestamente se le quitase la fatiga del sol y cansancia del camino. A esto respondió Democares:
—No es menester que os pongáis en este tra bajo, porque todos los de mi casa, por la luenga