la de la osa, cerca del pescuezo, y por las narices y ojos de la osa abrimos ciertos agujeros por donde pudiese mirar y resollar. Así, que nuestro valiente compañero, hecho bestia, lanzámoslo en una jaula que compramos por poco precio, en la cual él entró con gran esfuerzo y muy presto. De esta manera comenzado nuestro negocio, lo que restaba para el engaño, proseguimos en este modo:
Supimos cómo este Democares tenía un grande amigo en Tracia, que se llamaba Nicanor, del cual fingimos cartas que le escribía, diciendo que por honrar sus fiestas le enviaba aquel presente, que era la primera bestia que había cazado. Así, que siendo ya prima noche, aprove chándonos de la ayuda de ella, presentamos la jaula, con Trasileón dentro, a Democares, y dímosle aquellas cartas falsas. El cual, maravillándose de la grandeza de la bestia y muy alegre de la liberalidad de su amigo, mandó luego darnos diez ducados de oro, por ser los que le habíamos traído tanto placer y gozo. Entonces, como suele acaecer que las cosas nuevas atraen los corazones de los hombres a querer ver lo que súbitamente acontece, muchos venían a ver aquella bestia, maravillándose de su grandeza. Pero Trasileón, con astucia y discreción, desmentíales la vista con su fiero ímpetu, saltando a una parte y a otra. Todos a una voz decían que Democares era dichoso, que después de habérsele muerto tantos animales y bestias