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carne de aquellos animales que por allí estaban para hartarse. Cuando yo y este nuestro compañero Bardulo vimos aquello, inventamos del mismo negocio un muy sutil consejo; estaba allí una osa muerta, mayor que todas las otras, la cual, diciendo que la queríamos para comer, llevamos a nuestra estancia. Y allí la desollamos muy bien, guardando de no tocarle en las uñas, y dejándole la cabeza desde la cerviz arriba, tomamos el cuero muy bien raído de la carnaza, y con ceniza polvoreado por encima, y pusímoslo a secar al sol. En tanto que el cuero se secaba al sol y se purgaba de aquella humedad, nosotros nos dimos de buen tiempo con la carne e hicimos todos juramento, para el negocio presente, de esta manera: que uno de nosotros, el más valiente, no de cuerpo, mas de esfuerzo y de su propia voluntad, se metiese dentro de aquella piel y se hiciese oso, el cual llevaríamos a casa de Democares, para que de noche, cuando todos durmiesen, nos abriese las puertas de casa. No pocos de nuestra esforzada compañía se ofrecían a hacerlo, entre los cuales Trasileón fué escogido por voto de todos y se puso al tablero del juego dudoso. El cual se metió en el cuero y comenzó a tratarlo y ablandarlo para ejercitarse en lo que había de hacer. Entonces nosotros rehenchimos algunas partes del cuero con tacos y lana, para igualarlo todo, y la junta del cuero, aunque era bien sutil, cosímosla, y con los pelos de una parte y de otra cubrímoslo muy bien.

Hicimos a Trasileón que juntase su cabeza con