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te, que los engordaba para que los comiesen las bestias bravas. Había asimismo torres hechas de madera, a la manera de unas casas movedizas, que se traen de una parte a otra, las cuales eran muy bien pintadas, para acogerse a ellas cuando corrían toros u otras bestias en el teatro. Además de esto, ¡cuántas maneras de bestias había allí y cuán fieras y valientes! Tanto era su estudio de hacer magníficamente aquellos juegos, que buscaban hombres de linaje que fuesen condenados a muerte, para que ellos peleasen con las bestias. Pero sobre todo el aparato que buscaba para estas fiestas principalmente, y con cuanta fuerza de dineros podía, procuraba tener número de grandísimas osas, las cuales, además de las que él hacía cazar y además de las que a poder de dineros compraba, y otras que sus amigos le presentaban, las tenía en casa bien guardadas y a cebo, para que engordasen y se hiciesen grandes. Mas este tan claro y magnífico aparejo de placer y fiesta popular no pudo huir los ojos mortales de la envidia. Porque con la fatiga de estar mucho tiempo presas, y con el gran calor del verano, y también por estar flojas y perezosas, por no andar ni correr, dió tan gran pestilencia en ellas, que casi ninguna quedó; estaban por esas plazas muchas de ellas muertas, con tanto estrago, que parecía haber habido naufragio de bestias. Aquellos pobres del pueblo, a los cuales la pobreza y necesidad constriñe a buscar algo para henchir el vientre, sin escoger manjares, andaban tomando de la