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ños y casillas de viejas escudriñando sus rinconcillos.

A esto comenzó a hablar uno de aquellos que estaba al cabo de todos, y dijo:

—¡Como tú solo ignoras que las casas mayores son más fáciles de robar que las otras, porque, como quiera que en las casas grandes hay muchos servidores, cada uno cura más de su salud que de la hacienda de su señor! Pero los hombres de bien, solitarios y modestos, sus bienes, pocos o muchos, disimuladamente los encubren y reciamente los defienden, y con peligro de su sangre y vida los fortalecen. El mismo negocio que ahora pasó os hará creer lo que digo. Casi como llegamos a Tebas, ciudad de Beocia, que es principal para el trato de esta nuestra arte, andando con diligencia buscando lo que habíamos de robar entre los populares, no se nos pudo esconder Criseros, un cambiador muy rico y señor de gran dinero, el cual, por miedo de los tributos y pechos de la ciudad, con grandes artes disimulaba y encubría gran riqueza. Finalmente, que él, solo y solitario en una pequeña casa, aunque bien fortalecida, contento, sucio y mal vestido, dormía sobre los zurrones de oro; así, que todos de un voto acordamos que el primer ímpetu y combate fuese en esta casa, porque, todos a una, comenzada la batalla, sin dificultad pudiésemos apañar los dineros de aquel cambiador rico. Lo cual, puesto en obra, al principio de la noche fuimos a las puertas de su casa, las cuales ni pudimos alzar ni