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ma de aquella estancia y cueva donde los ladrones moraban, porque en ella yo experimentaré mi ingenio y haré que vosotros sintáis si por ventura, en mi descreción y seso, yo era ajeno como parecía. Era allí una montaña bien alta y muy horrible y umbrosa de muchos árboles silvestres; de esta montaña descendían ciertos cerros llenos de muy ásperos riscos y peñas, que no había persona que pudiese llegar a ellos, los cuales la ceñían; abajo había muchas y hondas lagun as en aquellos valles, llenas de espinas y zarzas que, naturalmente, fortalecían aquel lugar; de encima del monte descendía una fuente de agua muy hermosa y clara, que parecía color de plata, y corría por tantas partes, que henchía los valles que abajo estaban, a manera de un mar o de un gran río o lago que está quedo. Estaba una gran torre a la puerta de la cueva, donde llegaban las puntas de los cerros, con un muro fuerte que era aparejado para encerrar ovejas, altas las paredes de una parte y de otra. Entre ellas iba un pequeño camino hasta la puerta de la cueva. La cual estancia, según que yo bien conocí, no puede ser otra cosa sino cueva de ladrones; cerca de ella ninguna otra habitación había, salvo una chozuela hecha de carrizos, donde los ladrones, por suertes, según que después yo supe, velaban a noches por atalaya. Así, que descargáronnos ante la puerta, y ellos cargados de lo que nosotros traíamos lanzáronse en la cueva, y a nosotros atáronnos con los cabestros, bien recios, a la