único hombre en quien he creido, el único que en unos minutos se ha apoderado de mi corazón, voy á revelarle á Vd. un secreto, y á exigirle á Vd. una prueba terrible, á la que acaso no resista el amor que Vd. me manifiesta.
— Exíjame Vd. todo, Clara: la vida que Vd. me pidiese, no vacilo ni un instante en dársela.
— Pues bien, Gonzalo; puesto que Vd. tiene un alma extraordinaria, un alma de poeta capaz de comprender las pasiones sobrenaturales, voy á hacerle una declaración, aunque me tome por loca y extravagante. Aqui donde Vd. me ve, joven, halagada de la suerte, gozando todos los dones de la opulencia, soy la mujer más infeliz del mundo. Estoy harta del lujo, de los placeres mundanos que sólo halagan la vanidad; he buscado un alma igual á la mia, y hasta este momento creo no haberla encontrado. He oido mil declaraciones, y sólo la de Vd. me ha parecido sincera, y, sobre todo, desinteresada. Como Vd. decia: yo también he palpado la sombra de mis sueños.
Pero no me basta esto, Gonzalo: por lo mismo que por primera vez en mi vida creo en el amor de un hombre, me espanto de mí misma. El más leve desengaño, la sombra de una infidelidad, del más mínimo enfriamiento, me destrozaría el corazón, sería para mi peor que la muerte. Buscar esa constancia inalterable en un hombre, es buscar lo imposible. Usted mismo, ¿puede responder de amarme siempre como ahora?
— Sí.
— No lo creo; y porque no puedo creerlo, he adoptado una resolución terrible, bárbara, extravagante, que Vd. va á calificar de locura, que le va á espantar cuando la oiga. Yo quiero concentrar en una sola hora de amor inmenso, infinito, todo el amor de mi vida; la quinta esencia sin mezcla de celos, desengaños, perfidias y desencantos. Hasta ahora he sido fria é insensible como una estatua: pues bien; yo seré toda en cuerpo y alma, toda amor, delirio y frenesí para el hombre que, como yo, quiera concentrar en una hora de amor toda la dicha de la tierra, y después morir en mis brazos. Morir en un abrazo, dejando el mundo y sus miserias, amándose como Isabel y Diego, Abelardo y Eloísa, Julieta y Romeo, Adriana Cardoville y Djalma. Esta es mi extravagancia, mi locura, mi romanticismo, mi originalidad. Como sé que no hay hombre capaz de semejante sacrificio, no he