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La media naranja

es Vd. demasiado virtuosa para imaginar ser su amante; soy demasiado modesto y caballero para pretender ser su marido. No pudiendo ser ninguína de estas cosas, ¿qué hago yo al lado de usted sino morir de dolor, de desesperación y de celos? Puesto que ya sabe Vd. mi secreto, júreme Vd. guardarle, y yo me iré á ocultarle lejos, muy lejos de Vd., donde, á lo menos, pueda llorar en libertad los dolores y tristezas de esta pasión desesperada.

Dos lágrimas brillantes se escaparon de los dulces y tristes ojos de Gonzalo. Clara las recogió en su corazón; eran las primeras que veia en los ojos de un hombre, y la enternecieron de amor y gratitud. Las dos magníficas perlas de sus pendientes eran menos preciosas que aquellas dos lágrimas furtivas; perlas de ese océano infinito del corazón humano.

— Gonzalo: esas dos lágrimas que en vano quiere Vd. ocultarme, me deciden á abrir mi corazón sin reserva. No me abandone usted, se lo suplico. No quiere Vd. aceptar mi amistad? Pues bien; yo le ofrezco más; ¡le ofrezco mi amor!

Hay expresiones que ni el pincel ni la pluma pueden reproducirlos. Una de estas fué la que se pintó en el rostro delirante de Gonzalo. Alegría, sorpresa, felicidad, pasión, locura, éxtasis; todos los iris del alma resplandecieron en él y sublimaron su natural hermosura.

— Clara, Clara! La felicidad me mata! Por toda contestación déjeme Vd. concentrar mi tormento, mis esperanzas y mi silencio de dos años en estas lágrimas que no puedo contener.

Y de rodillas ante Clara tomó una de sus manos que inundó de dulcísimas lágrimas.

La vehemencia espontánea y natural de aquel hombre, que ni le habia dirigido una flor siquiera, ni le habia importunado con declamatorias declaraciones, y que por toda elocuencia bañaba sus manos en lágrimas de amor y gratitud; la sinceridad que revelaba el rostro, y las palabras de Gonzalo conmovieron hondamente á Clara, y le arrancaron también lágrimas. Aquel llanto era la fusión de dos grandes almas que se encontraban y comprendian y se armonizaban.

— Gonzalo: comprendo todo lo que significa su silencio y sus lágrimas de Vd.: ellas han penetrado en mi alma, y le han dado á Vd, el dominio de mi voluntad. Pero por lo mismo que Vd. es el