ideal; que hay una mujer sublime á quien adoro con toda el alma, por quien daría la vida; esa mujer es mi dicha y mi tormento; pero me separa de ella tanta distancia como de la tierra al cielo; está tan alta que sólo puedo desde mi bajeza alzar los ojos enamorados hacia ella y contemplarla como una aparición divina, como un ángel á cuyo paraiso me está vedado llegar.
— No tiene Vd. confianza en mi para revelarme su nombre? ¿Me cree Vd. incapaz de corresponder con mi secreto á su confianza? Tanto desconfia Vd. de su confesor?
— Ese nombre, señora, le guardo como mi mayor virtud y le callo como mi más mortal pecado. Ese nombre no le sabrá nadie....
— Y si yo le averiguase?
— Imposible! Tendría Vd. que abrirme el corazón para leerle.
— Y si yo supiese leerle sin necesidad de eso?
— Dónde puede Vd. leerlo?
— Dónde? En sus ojos de Vd. Míreme Vd. atentamente.
Y al decir esto, Clara clavó sus admirables ojos llenos de pasión y ternura en los de Gonzalo. Algunos segundos se contemplaron en silencio. Gonzalo se sentia fascinado, magnetizado; se abrasaba, temblaba, deliraba y casi desfallecía, Clara se apoderaba, con aquella mirada, del alma de Gonzalo, entregaba la suya, se enamoraba, se estremecía. La elocuencia de aquella doble mirada era un poema de amor. Una cadena invisible ligaba aquellas dos almas. Aquellos segundos fueron un año de felicidad.
— Estoy leyendo el nombre! — dijo Clara .
— Cómo se llama? — dijo Gonzalo fuera de sí.
— Se llama por casualidad esa mujer.... Clara?
Dijo Clara estas palabras con una dulzura, con una gracia, con una pasión tan tierna y penetrante, que Gonzalo como herido por un rayo de amor divino cayó á los pies de aquella mujer, fascinado.
— Si, Clara, ese es su nombre! Y puesto que Vd. ha leido en mis ojos un secreto imposible de guardar ante Vd.; puesto que sabe toda la historia de mi vida, y una mujer ligera ha vendido mi secreto; puesto que es Vd. la única mujer á quien adoro y adoraré hasta la muerte, otorgúeme Vd. un favor antes de abandonarla para siempre....
— Abandonarme para siempre! Y por qué razón?
— Clara: le amo á Vd. demasiado para poder ser sólo su amigo;