pues á ellas debo las alabanzas que más han satisfecho mi corazón y la amistad que más me enorgullece.
— Hay en su libro de Vd. una circunstancia que le da doble valor á mis ojos.
— Cual?
— Que en él encuentro admirablemente interpretados mis pensamientos. Responde todo de un modo tal á lo que yo siento, pienso, creo y sueño, que si yo supiese hacer versos me parece que hubiera escrito al pié de la letra lo mismo que Vd.
— Puede Vd. imaginar, señora, la alegría que yo sentiré al encontrar un alma que á lo menos me comprende. Yo á veces he llegado á creer que soy una especie de excepción de la regla común. Mis amigos me llaman soñador, loco y hasta salvaje, y todo ¿por qué? porque sueño en la gloria, hoy que todos sueñan en el interés; porque siento á lo poeta, mientras todos sienten á lo hombre; porque busco ideales, mientras ellos explotan las realidades; porque digo sólo lo que siento; porque lloro mientras ellos rien, y sobre todo porque amo como ellos son incapaces de amar. Cuando les digo que para mi el amor es el único bien de la vida, es el ideal, el delirio, la felicidad; que amar es entregar toda su alma, abdicar de la voluntad; concentrar todo el pensamiento en la persona amada; que el amor es el desinterés, el sacrificio, la muerte; cuando todo esto les digo, porque así lo siento, sueltan una carcajada; me dicen que busco el imposible, que me vaya á la luna á buscar mi tipo ideal, porque en la tierra no hay más que mujeres frívolas, coquetas é inconstantes y de carne y hueso. Tales cosas me han dicho, que he llegado á creer que tienen razón, y á pensar si realmente seré un loco soñando lo imposible. Pero ahora sus palabras de Vd. me prueban que no estoy loco, ni soy extravagante, puesto que encuentro otra persona que piensa y siente lo mismo que yo. Permitame Vd. volver á estrecharle la mano, porque al fin en Vd. he hallado tornado realidad lo que creí un sueño; quiero sentir que la carne humana puede contener la esencia de mis ensueños; quiero morir habiendo palpado lo que creí una sombra impalpable.
Clara estrechó la mano que Gonzalo le tendia con respetuosa efusión, y ambos se extremecieron.
La pila de Volta rebosaba de electricidad erótica.
— Yo también quiero palpar la realidad de lo que creí