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La media naranja

admirado su porte, su elegancia, su lujo delicado, sus modales; su discreción, su amabilidad, su distinción, su modestia unida á su viveza chispeante; si todas estas y otras mil cualidades hubieras podido verlas en esa mujer que ahora contemplas en su inmóvil meditación de estatua, yo te respondo que te hubieras enamorado perdidamente, y á estas horas acaso estarlas en Leganés. Pero por lo que tú ves y lo que yo te aseguro, comprenderás cuan legitima éra la royaute de Clara en los salones madrileños.

¡Y aquella diosa habia pertenecido á un viejo setentón! También Venus fué esposa de Vulcano. ¡Cosas del mundo! ¡Cosas del Olimpo!

Por fortuna Clara, al casarse, no habia perdido la virginidad de su corazón, la inocencia de su alma, la flor de sus ilusiones. Las caricias de un viejo habian dejado intacto como en precioso estuche el tesoro de sus sentimientos y pasiones. Clara no habia amado y necesitaba amar; pero, ¿á quién? ¿Quién era el hombre capaz de realizar sus sueños?

Tal es el objeto de su reflexión; no la distraigamos, porque está evocando las sombras de todos sus adoradores, recordando las palabras que la han murmurado al oido, y en este análisis filosófico está buscando la síntesis de un amor verdadero.

Se muerde los labios ligeramente, arquea las cejas, menea un pié con impaciencia. ¡Pobre filósofa! La síntesis de su filosofía es terrible. Se llama la duda.

Emilia entre tanto ha abierto el magnífico piano del salón y empieza á tocar la romanza de tenor del tercer acto de Fausto.

Al llegar á aquella deliciosa frase

Quanta dovizia in questa povertá
In quest'asil quanta felicitá.

Clara que lo oye dá un suspiro, sacude la cabeza como para desprender la duda que la persigue, se levanta, abre un pequeño álbum que hay sobre una mesita de mosáicos de nácar, le abre, contempla un retrato de hombre que la distancia no permite ver, hace un gesto de desdeñosa desconfianza, cierra y suelta con un ligero ademan de despecho el álbum, levanta una cortina de seda y desaparece.

Si observamos el gabinetito que Clara acaba de abandonar, adornado de azul y blanco; los preciosos muebles reflejando