patentizaba sus engaños, le cubría de ridículo y le arrancaba su esperanza en el momento en que iba á coger el fruto de su trabajo. Una bomba que hubiera caido á sus pies, le hubiera causado menos espanto que aquella bomba que iba á estallar matándole con el ridículo.
Tuvo intenciones de echar á correr y salir de aquella situación embarazosa; pero reponiéndose y comprendiendo que aquel libro era su perdición, exclamó con furor:
— Déme Vd. ese libro, Clara, y hoja por hoja se le he de hacer comer al que así se burla de mí.
— No, Alfonso; yo averiguaré quién es el que se ha querido divertir con nosotros. Cálmese Vd., esto corre de mi cuenta.
— Déme Vd. ese libro, Clara; se lo pido en nombre de mi honra; se lo pido á Vd. por cuanto más ame en el mundo.
— Nunca, Alfonso; está Vd. acalorado, puede haber un disgusto y sobre todo un escándalo, que yo deseo, más, que yo exijo, que evite Vd.
Alfonso no tenia razón que oponer; pero intentó arrancar aquel libro infernal.
— Doy mi palabra de no hacer nada; pero déme Vd. ese libro: le necesito, Clara.
— Alfonso: hace un instante me decia Vd. que pusiera á prueba su cariño, que le exigiese un sacrificio. Pues bien: ahora le exijo á Vd. la prueba de su sumisión, el sacrificio de su justa cólera, No lo merezco ?
— Si, Clara, pero...
— Ahora soy yo quien prohibo esa preposición que Vd. quería prohibirme. Júreme Vd. no hacer nada y dejar este asunto sólo á mi cuidado.
Clara no comprendía las angustias de aquel hombre; le parecía natural su resistencia, pero por lo mismo quería poner á prueba el cariño y sumisión de Alfonso.
— ¿No dice Vd. en una estrofa de sus versos
Pedidme en vuestros antojos
del esclavo la obediencia
y arrastraré con paciencia
por cadenas vuestros ojos?
Pues bien: sólo pido que acredite Vd. la verdad de esa estrofa para creer en las otras. Con que jure Vd.