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298 — La media naranja

muerte para su tierno corazón, flotaba ya en los trémulos labios de aquella mujer conmovida; lo agitado de su respiración, el brillo de su mirada, el temblor de su mano indicaba que las palabras de Alfonso habian invadido su corazón y conmovido sus cuerdas más secretas y sensibles.

El vampiro iba á devorar al ángel.

Alfonso esperaba con ansiedad aquel sí: triunfo de su orgullo, pedestal de su ambición y premio de su perfidia.

Tomaba ya aliento Clara para pronunciar aquel sí, cuando un grito de Alfonso convirtió aquel adverbio afirmativo, en otro grito de susto y de sorpresa.

Al dar aquel grito inesperado, Alfonso se llevó las manos á la cara, el lente se le cayó de la nariz, y un objeto cuadrado vino á caer á los pies de Clara, que en su asombro no sabia qué pensar de aquella brusca intervención en su diálogo.

— Qué ha sido?

— Algún infame que se quiere divertir con nosotros; pero yo juro que me las ha de pagar, — exclamó Alfonso furioso poniéndose en pié y sacando un pañuelo que se llevó á la nariz y en un momento manchó de sangre.

— Está Vd. herido? — exclamó Clara asustada.

— No, es sangre de la nariz: me han tirado no sé qué; pero caro le ha de costar á quien haya sido: daré parte á la autoridad y si es hombre....

Y al decir esto se dirigia á las espaldas de la casa que caia al jardin buscando en las ventanas con furor algún ser humano á quien provocar y en quien vengar aquella doble herida en el rostro y en la honra; una que le manchaba de sangre, otra que le cubria de ridículo.

— No hay nadie, pero ya averiguaré yo quién es! Veamos qué es lo que han tirado.

Clara se agachó y cogió un objeto que yacia en el suelo junto á un pié del banco.

— Es un libro primorosamente encuadernado. — Y abriéndole dijo en voz alta:

— Poesías de D. Gonzalo de Aguilar y Wolf.

Alfonso quedó petrificado; se acordó del nombre del autor de los versos que copió Ernesto en el café; vio en un segundo lo comprometido de su situación: aquel libro denunciaba su falsedad,