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294 — La media naranja

ojos. El desesperado astrónomo veia á través de su telescopio todas las constelaciones del tormento, todas las nebulosas de los celos.

Veia á Clara que en cuerpo, con un elegante vestido de seda gris perla, un sencillo medallón de oro al cuello, una pulsera lisa, y dos flotantes tirabuzones cayendo por su espalda aparecía iluminada de lleno por la Luna, como la maga de la noche, el tipo de sus ensueños de poeta.

Y á su lado veia arrogante, gallardo, diabólicamente hermoso y vestido de negro á su rival, á su enemigo, al infernal conquistador, al elegante Alfonso, que manoteando con vehemencia y hablando con una intimidad y calor más que amistoso, demostraba que requería de amores á la adorada mujer de sus platónicos devaneos.

Aquel cuadro le parecía un vampiro devorando á un ángel. Gonzalo sentia el vértigo de la desesperación: hubiera querido convertir en pistola aquel anteojo y en bala su ardiente pupila que apuntaba al corazón de aquella sombra maldita.

Aplicaba el oido para ver si oia lo que hablaban, y hubiera querido ser Júpiter Tenante para castigar al Cefirillo juguetón y á Neptuno, Apolo y Cibeles que con el rumor importuno de sus fuentes le impedían distinguir las palabras de aquellas dos sombras, por más que á veces sacaba casi todo el cuerpo fuera de la ventana, con peligro de caer de cabeza en el jardin.

Pero ya que Gonzalo, por más que se encarame y ahuecando la mano y aplicándosela al oido intente en vano improvisar una oreja de Dionisio, no hemos de quedarnos nosotros sin saber lo que con tanto interés hablan Clara y Alfonso.

Si Gonzalo bajase al jardin, seria peligroso; pero nosotros podemos bajar sin peligro de cometer una imprudencia, y situarnos escondidos detras del pedestal de la estatua de Diana.

Desde allí se oye perfectamente lo que dicen y se ve lo que hacen.

— Los versos son preciosísimos, — decia Clara — y la verdad es que si Vd. es capaz de sentir y hacer lo que en ellos dice, bien puede llamarse dichosa la mujer que sepa inspirar tan profunda pasión y tan generosos sentimientos; pero....

— Siempre ese pero, siempre esa duda! Vd. no sabe, Clara, el martirio que me causa con esa sencilla palabra. Esa simple preposición pero, me hace más infeliz que si Vd. me dijese que me