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La media naranja

no me queda más que declararme en quiebra, empeñar hasta el reló y vender el caballo.

— Si; pero entonces, la hermosísima Clara, se apercibe de que eres pobre, de que estás entrampado, y de que vas sólo á caza de sus millones. Entonces, adiós leche, dinero, huevos, pollos, lechon, vaca y ternero: te planta bonitamente y tout est perdu, hasta el honor.

— Si fuese sólo el honor, pase; pero ¿y el dinero? ¿Tú sabes lo que me tiene costado el amor, digo mal, la deferencia de esa mujer? Sólo en seguirla á paseos, teatros y baños de mar, he gastado un dineral, y si ya que mis artificios la hacen creer que soy rico, y que no llevo mira interesada, ahora se descubre el pastel, he hecho un negocio redondo.

— ¡Diablo, no! non, questo non sará. Es preciso que Clara sea tu mujer, y lo será.

— Así lo espero: pero no acaba de decidirse: yo creo que está enamorada; pero ¡es tan desconfiada!

— ¡Qué injusticia!

— Yo hago mi papel á las mil maravillas. Si oyeses mis declaraciones, verías que admirablemente lo hago. Ni Rossi, ni Salvini me igualan: Qué pasión! Qué fuego! Qué vehemencia! Pero nada, no acabo de arrancarla una contestación terminante; una muralla de desconfianza impide que mis palabras penetren en su corazón blindado, y eso que con lo hermosa que ella es, con lo que alhaga mi amor propio ser dueño de su hermosura y de su fortuna, te aseguro que estoy de veras inspirado, y casi, casi hablo como un poeta.

— Hombre! ahora que hablas de poeta. ¿Por qué no la escribes unos versos? Tú no sabes lo que pueden unos versos en el alma de una mujer. Haz la declaración más sublime, da las mayores pruebas, escribe las más apasionadas cartas, y nada producirá el mágico efecto de cuatro redondillas. Las mujeres son prosaicas, pero les gusta la poesía: cuanto más prosaicas, más les gustan los versos, porque imaginan que la poesía consiste en los renglones cortitos. En viendo su nombre entre cuatro rimas, se creen ya una Laura inmortalizada por un Petrarca. Sigue mi consejo: hazla unos versos.

— No me da el naipe: no encuentro consonante á hermosa.

— Qué importa? Yo tampoco sé hacerlos, y sin embargo, como