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evidencia en los hechos la alta estima que tenía de si misma.

Lo anterior dice estrecha relación en como era concebido el pueblo por las clases dirigentes, que se condensa en la figura del “Roto”, ser contradictorio, pues en él cohabitan tanto virtudes como los peores males sociales. De ahí la necesidad de la elite de guiarlo, educar su carácter y prestarle una actitud paternalista.

“...es una mezcla confusa de virtudes y defectos: patriota y egoísta; hospitalario y duro, hostil; fraternal y pendenciero, agresivo; religioso y fatalista, supersticioso que cree en las ánimas; prudente y aventurero despilfarrador; sufrido, porfiado e inconstante; inteligente, con un admirable poder asimilador e ignorante; abierto en ciertos momentos, desconfiado casi siempre; resignado con su suerte, violento con los hombres; triste, pesimista, callado, tranquilo y con ribetes de picardía y buen humor; socarrón, rapiñador, marullero y ebrio.” En resumen, “Su moral es poco sólida; carece del sentimiento del ideal y del íntimo de la creencia, y es escaso su respeto por la ley, la verdad y la propiedad”.[1]

La única forma de enrielar esta “naturaleza inferior” que suponía el “Roto”, era mediante el trabajo duro y limitado en beneficios, pues existía siempre el peligro que lo gastara en vicios que lo alejaran de lo que suponen las buenas costumbres. Esta siempre a un paso de los actos más brutales, de las peores supersticiones, de los influjos y consejos más malignos. Esta siempre a un paso de las bestias y las peores depravaciones. El “Roto” es un niño sin conciencia formada.

Pero este “Roto”, como simbólicamente su denominación lo dice, es el primero que realmente “rompe” con el pasado colonial. Por lo mismo, es el sujeto moderno por excelencia de la modernidad criolla, es aquél que visualiza al Estado como una comunidad mayor a los intereses particulares, orientado al bien común. Es la síntesis del sujeto moderno chileno, porque es quien primero entiende el cambio de signo de la época y comprende el carácter emanacipatorio de la modernidad.

Al unísono, fue quien puso en el tapete de la discusión pública el problema de la cuestión social, la que no sólo tomó forma de protesta, “sino que también como el más significativo esfuerzo de organización popular”.[2] Las denuncias relativas a las malas condiciones de trabajo y de vida por las irregularidades y bajos salarios fueron el eje de los diversos petitorios, reivindicaciones y protestas llevadas a cabo desde mediados del siglo XIX. Esto llevó a desarrollar una orgánica que llegó a cubrir gran parte del territorio, como fueron las Mancomunales, que posteriormente serán los cimientos desde donde se construirá una acción política partidista obrera.

Es así que la respuesta del movimiento obrero apostó por exponer

  1. Cabero, Alberto: “Chile y los Chilenos”. Editorial Nascimento, Santiago 1926. Citado por Fernández, Enrique, op. cit., pp. 32-33.
  2. Garcés Durán, Mario, op. cit., p.82.