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Las consecuencias de este estilo de vida trajeron aparejado un progresivo divorcio con los otros estamentos sociales, como se vio en el primer capítulo, actuando con indiferencia respecto de los diversos sectores sociales que componían la realidad de Chile a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Constatándose que más que una clase burguesa revolucionaria (como fue en el caso europeo), fue una clase premoderna terrateniente, y que su dinámica correspondía mucho más a una estructura de castas que a una de clase, condición que se veía reforzada desde el propio Estado.[1]

Esto le impidió darse cuenta de las transformaciones que acaecían en los sectores populares, pues seguían concibiendo las relaciones productivas y por consiguiente de trabajo, bajo la fórmula hacendal de un vínculo moral, es decir, un modelo paternalista.[2]

La Clase Obrera

A diferencia de la aristocracia terrateniente chilena —que habían logrado imprimir un sentido de grupo basados en intereses colectivos y orientaciones culturales compartidas—, los sectores populares presentaban una gran diversidad interna, que impide hablar de una categoría homogénea. Estaba el peón rural, el inquilino de la hacienda, los artesanos, los mineros, los trabajadores industriales, pobladores de suburbios urbanos, los gañanes, entre muchas otras categorías sociales.

La clase obrera, obviamente, formaba parte del mundo popular, pero presentaba ciertas características que lo diferenciaban de éste, siendo la primordial, que ellos transaban su fuerza de trabajo por un salario. Estos trabajadores “libres” se desplazaban por el territorio como asalariados temporales o estables. Esto marcó una diferencia importante respecto de los otros segmentos populares, en tanto eran aquéllos que más tempranamente habían roto su vínculo con la vida y estructura colonial sintetizada en la hacienda. “En los campos existe alguna relación con el patrón derivada de lejanos vínculos de afecto, en los centros mineros, industriales y urbanos ellos están ausentes. El solo vínculo que los liga deriva del contrato de trabajo”.[3]

Pero la supuesta “superioridad moral” de la elite terrateniente se proyectaba también sobre las relaciones laborales, en tanto la provisión de mano de obra no se estructuró en relación a un salario en una operación mercantil transparente, sino que el empleo fue visto como una manera de prodigar una subsistencia básica a quien consideraban inferiores, pero por otro lado, también era un mecanismo para generar servilismo y reafirmar y actualizar la estructura estamental que provenía de la colonia, siendo el salario el espacio en este nuevo orden social, donde la elite “impone” y

  1. Vial Correa, Gonzalo: “Historia de Chile”. Volumen II, Editorial Santillana del Pacífico S. A . de Ediciones, Santiago 1983.
  2. Fernández, Enrique, op. cit.
  3. Iñiguez Irarrazabal, Pedro: “Notas sobre el desarrollo del pensamiento social en Chile (1901-1906)”. Editorial Jurídica de Chile, Santiago 1968, p. 15.