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De esta manera los movimientos populares de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX no se plantearon en oposición al Estado, sino que en relación a él,[1] de no ser así no se explica la constante interpelación a éste como garante del bien común, y menos posicionar la demanda obrera como un tema de sociedad que debía mediar el Estado. Lo que tenemos es que las clases populares y, más específicamente, la clase obrera, no ponen en tela de juicio la legitimidad del Estado, todo lo contrario, lo reviste de una oportunidad histórica de ser el motor legítimo de la modernización, siendo el Estado, o mejor dicho, los intereses de una aristocracia terrateniente pre-moderna, la que se plantea abiertamente en oposición a los trabajadores.

La Aristocracia Criolla

La aristocracia encontraba la base de su poder y prestigio social en la tierra, por ello más que una clase empresarial o burguesa a la europea, la elite chilena se constituyó de terratenientes. Sintomático de esto es que los nuevos grupos sociales que emergieron de actividades de producción modernas (industrias, banca, comercio, etc.), cayeron en los mismos compartimentos estancos de la oligarquía, pues a acto seguido del éxito económico, venía la adquisición de haciendas para formar parte de ésta y sus círculos.[2] O como lo describió Hernán Ramírez Necochea respecto de la fascinación por el latifundio en la aristocracia y en quienes pretendían el acceso a ella:

“...apegado a la ruina, soberbio, derrochador, irresponsable, lleno de anacronismos, prejuicios aristocráticos y cegado por un arraigado espíritu de clase, sólo aparecía dominado por el interés de poseer vastas superficies territoriales, ejercer señorío sobre sus campesinos y extraer (...) los rendimientos que el trabajo de sus inquilinos y la bondad de la tierra pudiera proporcionarle. Mientras más extensas fueran sus propiedades y mientras mayor fuera la cantidad de hombres sometidos a su voluntad (...) más grande sería su influencia en la sociedad, más poder detentaría como clase”.[3]

Aparejado a la propiedad de la tierra, estaba un modo específico de comportamiento basado en el “consumo conspicuo” y las conductas europeizantes, como fustigaba Eyzaguirre [4]. Este “estilo de vida” rentista, a decir, prodigarse una vida de ocio basado en una economía agraria y la especulación financiera.[5] Esta condición no fue interpretada por la elite terrateniente como expresión de privilegios sociales, sino como la expresión de una “superioridad moral”, en tanto clase “predestinada” a la conducción y a ser el eje moral de la sociedad chilena. Esto hecha por tierra la idea de una aristocracia austera y laboriosa que pregonaban autores como Encina y Eyzaguirre.

  1. Faletto, Enzo: “Transformaciones culturales e identidades sociales” Revista de Humanidades Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile, Nº 20 (Santiago 2000), pp. 53-60.
  2. Fernández, Enrique, op. cit.
  3. Ramírez Necochea, Hernán, op. cit., p. 307.
  4. Eyzaguir re, Jaime, op. cit.
  5. Barros Lazaeta, Luís y Ximena Vergara Johnson, op. cit.