Es así que el escaso acceso al poder y la libertad de comerciar por parte de las elites criollas fueron los elementos desencadenantes de los procesos emancipatorios en el continente —como plantean Anderson[1] y Halperin Donghi—, lo que puede ser explicativo en parte también para la conformación de los Estados Nacionales respecto de los ideales bolivarianos, en tanto asegurarse un radio de influencia política y económica que garantizara sus privilegios. Dentro de los conceptos que enarbolan las elites para justificar la instauración de Estados Oligárquicos en todo el continente, esta el de Nación, es más, todo caudillo que pretendiese instaurar un nuevo orden lo hacía en nombre de la Nación, pero la participación en los destinos de la misma, era un hecho que correspondía a la elite, en especial por las características restringidas del voto y las cortapisas para la conformación de una civilidad y ciudadanía extendida.
La constitución de aparatos administrativos y militares de manera permanente por parte de las oligarquías en los territorios ya existentes (nos referimos a un sentido de territorialidad antes que de nacionalidad), fueron creando con el pasar del tiempo una identidad nacional[2] apoyado por todo el instrumental simbólico que detenta el Estado (bandera, himno, escudo, sistema educación, etc.). Así la concepción de Nación en la sociedad chilena es construida desde las elites. Tenemos que la Nación emerge como un discurso de corte más político que identitario, y por lo mismo, de escaso raigambre en la sociedad decimonónica, pero lo suficientemente efectivo simbólicamente como para conformar un sentido de pertenencia que le permitió afrontar desafíos al Estado oligárquico que de otra manera habrían sido imposibles, como son las guerras nacionales que configuran los territorios de las repúblicas, como bien plantea Góngora.[3]
En este sentido, no puede sólo entenderse al Estado como una simple entelequia de la aristocracia, sino que jugó un rol central en la redefinición de las fidelidades sociales antes monopolizadas por la hacienda. De esta manera, la acción del Estado participó activamente en áreas estratégicas del desarrollo social, como la conectividad, las comunicaciones, la educación, etc., que lo posicionaban como una comunidad mayor de intereses nacionales —independiente de quienes lo monopolizaran. En este sentido, no es “el salario” quién fractura la unidad de la hacienda, sino que es la acción modernizadora del Estado, que monopoliza diversos ámbitos antes potestad de otras instituciones (como la ley de cementerios, el Código Civil, etc.), y ve reforzada su acción a través de dos elementos claves, la movilización nacional basado en la guerra[4] y el poder de los símbolos nacionales.[5]
- ↑ Anderson, Benedict: “Comunidades imaginadas” Editorial Fondo de Cultura Económica, México D. F. 1993.
- ↑ Graciarena, Jorge: “El Estado Latinoamericano en Perspectiva. Figuras, Crisis, Prospectiva”. En: Rev. Pensamiento Iberoamericano. No 5 (Madrid Junio de 1984), pp.39-74.
- ↑ Góngora, Mario, op. cit.
- ↑ Ibid.
- ↑ Graciarena, Jorge, op.cit.