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incontrarrestable —es necesario recordar que el Derecho Colonial fue pensado como un mecanismo de protección, que evitara la esclavitud y exterminio de las poblaciones originarias, la pauperización de los grupos marginales e impidiera la autonomía de la hacienda como unidad mercantil. Sin este tinglado legal, queda el camino libre para que se desaten las fuerzas de diferenciación social, la que se vio potenciada por la incorporación de Chile al comercio mundial, lo cual venía aparejado de pingües ganancias para las elites terratenientes antes limitadas por la Corona, lo que desencadenó el desmoronamiento de los mecanismos que tradicionalmente habían regulado el vínculo entre los diferentes estamentos de la sociedad colonial.

Quizás quien mejor analiza este proceso en la elite, fue Eyzaguirre [1] —aunque desde una óptica “antimoderna” e hispanista. Puntualiza que la incorporación al comercio mundial y el aumento significativo de los ingresos de la aristocracia terrateniente fue acompañada de un “consumo conspicuo” y el abandono del “estilo de vida agrario”, que se expresó en la desaparición de la mentalidad austera y laboriosa, y con ello, la debacle del sistema paternalista de la hacienda, que trajo como resultado el aumento de las diferencias sociales y la pérdida del “liderazgo moral y político” de la elite, dando espacio a la popularidad del discurso revolucionario y de lucha de clases. Esta crítica a la aristocracia criolla se puede rastrear en gran parte de los intelectuales y pensadores del centenario —como Encina, Mac Iver, Palacios, Pinochet, Recabarren, entre otros—, que se dejaba sentir en una sensación de decadencia y desánimo respecto del futuro:

“Me parece que no somos felices; se nota en el malestar que no es de cierta clase de personas ni de ciertas regiones del país, sino de todo el país y de la generalidad de los que lo habitan. La holgura antigua se ha trocado en estrechez, la energía para la lucha de la vida en laxitud, la confianza en temor, las expectativas en decepciones. El presente no es satisfactorio y el porvenir aparece entre sombras que producen intranquilidad.”[2]

Por otra parte, los sectores populares eran vistos por la elite —bajo el mote de “Roto”— como aquel ser incompleto, entre la bestialidad y la humanidad, entre el niño y el adolescente, entre la civilización y la barbarie. Manso y laborioso, pero a la vuelta de la esquina, pendenciero y holgazán. Obediente y servicial, pero con oídos límpidos e irreflexivos a cualquier “agitador” o “revoltoso”, siempre a un paso del descontrol, que dejaba —supuestamente— en evidencia la “inferioridad moral” de los sectores populares, que sin el patrón están condenados al infortunio.

Evidentemente bajo estas premisas no estaba llamado “el Roto” a ser actor de su destino y menos de la nación, pues nada se podía esperar de él más que ignorancia y bestialidad, la que se veía acrecentada por el “abandono” en que se encontraban fruto de la decadencia moral

  1. Eyzaguirre, Jaime: “Historia de Chile”. Editorial Zig Zag, Santiago 1973.
  2. Enrique Mac Iver: “Discurso sobre la crisis moral de la República”, citado por Godoy, Hernán:. “Estructura social de Chile”. Editorial Universitaria, Santiago 1971, pp.283-284.