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al Estado para asegurar privilegios o plantear demandas, pero aun cuando los actores participaban del campo estatal a través de la lucha por la legitimación de su universo simbólico, lo cierto es que las posibilidades de que los obreros se vieran representados en el Estado eran mínimas, puesto que este mismo había sido conformado a partir de los ideales de las élites gobernantes y la apertura de los espacios de participación no era sinónimo de representatividad. En ese sentido, creemos relevante plantear las visiones dominantes en el mundo obrero que con la construcción de demandas concretas para la mejora de su situación llegaron a simbolizar para el Estado el peligro más grande en la etapa de expansión de la idea de nación.

El movimiento obrero era heterogéneo, pues convergían en él distintos orígenes geográficos y posiciones ideológico- políticas, que van a interactuar en un marco de creciente internacionalismo de las ideas. Según Sergio Grez y Julio Pinto, las principales corrientes ideológicas que influían en las prácticas de los obreros chilenos eran: el socialismo utópico, el socialismo científico y positivista, liberales progresistas y anarquistas. Pero además, existían distintas organizaciones que servían de plataforma para la confluencia de todas las ideologías. Este período, como plantea Grez, está marcado por una gran variedad de organizaciones sociales populares de nuevo tipo (sociedades de resistencia, mancomunales, ateneos obreros, centros de estudios sociales, etc.) que se sumaron a las ya existentes desde el siglo anterior (mutuales, filarmónicas de obreros, escuelas nocturnas, cajas de ahorro, cooperativas, logias de temperancia)[1].

La organización permitía la cooperación mutua para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, pero también significaba una importante vía de educación y herramienta de construcción identitaria, racionalización de su situación y de sus relaciones con los dueños de las salitreras y las autoridades del país. Los inicios del siglo XX son años de creciente adquisición y construcción de conciencia de clase, lo que lleva a los obreros a plantear demandas con un importante reconocimiento de la realidad nacional. Así mismo, se idean estrategias de presión, que una vez consolidada la organización servirán como herramienta de lucha. Tal es el caso de la huelga. Como dato relevante, sólo entre 1902 y 1908 se llevaron a cabo doscientas huelgas, de las cuáles el cincuenta por ciento tuvieron lugar en Santiago y las zonas de explotación salitrera.[2]

Ya a comienzos de siglo XX los obreros organizados en las mancomunales (donde primaban fundamentalmente las ideas socialistas) trataban el tema de la indiferencia con que actuaban los parlamentarios una vez que eran elegidos, pero que sin embargo para llegar a sus cargos hacían gala de una serie de promesas, para las cuales era necesario conocer las condiciones de vida de los obreros. De esta “falta de memoria” de los parlamentarios elegidos, no se salvaba ni siquiera el Partido Democrático que influía mucho

  1. Grez Toso, Sergio: “1890-1907: De una huelga general a otra. Continuidades y rupturas del movimiento popular en Chile”, Artículo elaborado en el marco del proyecto FONDECYT N° 1980725. Disponible en: www.memoriachilena.cl/upload/mi2440-2. pdf
  2. Ulloa Zambrano, Víctor: “El movimiento sindical chileno, desde el siglo XX hasta nuestros días”, Oficina Internacional del Trabajo, Ginebra 2003, p.2.