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en la historia como la Revolución Rusa de 1905-07. Ésta también aparece como consecuencia de una serie de levantamientos anteriores, como el de los decabristas contra el Zar Nicolás I en 1825. En su efecto se produjeron pequeñas reformas, pero la gran meta, convertir el imperio ruso en un Estado de derecho con régimen constitucional, no fue alcanzada. Al contrario, el autoritarismo y la brutal persecución de sus enemigos se fortalecieron durante la regencia del Zar Nicolás II (desde 1894). La derrota en la guerra ruso-nipona (1904-05) y la pérdida casi total de la flota del imperio provocaron tensiones internas agravadas por la recesión económica.[1] Tanto en San Petersburgo como en Moscú, las capas intelectuales manifestaron su creciente descontento y adhirieron a movimientos anarquistas y comunistas que se aliaron con los más diversos grupos opositores al imperio: nobles y burgueses liberales campesinos, trabajadores, revolucionarios, todos ellos reprimidos brutalmente por el Zar Alejandro III.

Debido a que el Zar requería de la aprobación pública para entrar en guerra con Japón, había convocado a un Congreso para noviembre 1904 en San Petersburgo. Sin embargo, en el Congreso no sólo se debatieron las justificaciones para el inicio de la guerra, sino que se manifestaron fuertemente demandas por reformas políticas, como una constitución política, un parlamento, jornadas laborales de ocho horas y descanso dominical. Ante el rechazo rotundo de cualquier reforma de esta índole, los movimientos obreros rusos convocaron a manifestaciones para enero 1905. Un día domingo, más de 150 mil trabajadores ingresaron a la ciudad de manera desarmada y pacífica para dirigirse al Palacio de Invierno del Zar. De manera sorpresiva, el ejército del Zar abrió fuego contra los manifestantes asesinando a más de mil de ellos.[2] La matanza provocó la solidaridad de los trabajadores que radicalizaron sus formas de lucha, huelgas en la industria, huelgas en el agro así como motínes en la marina, tal como lo refleja la película “Acorazado Potemkin” de Serguéi Eisenstein.

Sólo pocos años después se repite la historia en otra parte del mundo. La revolución de Xinhai en China, llamada así por la denominación china del año 1911, se inició con el levantamiento armado de Wu-chang el 10 de octubre 1911 y culminó en el fin de la dinastía Qing bajo el último Emperador chino, Pu Yi. El general del ejército imperial, Yuan Shikai, hizo esfuerzos por evitar un mayor derramamiento de sangre y una guerra civil, y buscó mediar entre la monarquía y los revolucionarios liderados por Sun Yatsen, quien proclamó la República China el 1 de enero 1912. Sun le permitió a Yuan ocupar el cargo del primer Presidente de la República, si éste fuera capaz de lograr la rendición del ejército de la dinastía. Yuan rápidamente se convirtió en un gobernante autocrático y Sun hizo varios intentos fracasados por derrotarlo hasta que tuvo que exiliarse en Japón. Sin embargo, cuando se supo que Yuan mismo tenía pretensiones al trono del Emperador, se produjo una rebelión aún

  1. Warth, Robert D.: “The Allies and the Russian revolution. From the fall of the monarchy to the peace of Brest-Litovsk”, Duke University Press, Durham 1954.
  2. Figes, Orlando: “La revolución rusa 1891-1924: la tragedia de un pueblo”, Editorial Edhasa, Barcelona 2001; Fernández, Antonio: “La revolución rusa”, Editorial Istmo, Madrid 1990.