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Solís se sentía cada vez mas solo y más triste. Tuvo añoranzas del pasado, cuando estudiaba para maestro en la escuela del Paraná y vivía en aquel cuarto miserable con vistas al ancho río. Se acostó, pero no pudo dormir. Su imaginación divagaba incesantemente. Pensaba en mil cosas: en su largo viaje; en los pobres opas que mendigaban en las estaciones ; en las montañas inquietantes; en su incipiente tuberculosis; en Buenos Aires, cuyo re- cuerdo, a tal hora, se tornó para él agudo y doloroso. Cuando la gente volvía de la plaza aún estaba despierto. Oyó que hablaban las muchachas y se alejaban con pasos cadenciosos. Las personas de la casa entraron; sus voces resonaban en el patio, bajo la noche clara. Alguien cerró la puerta de calle; todo quedó en profundo silencio. El deseaba levantarse, salir a la calle. Luego pensó que la vida era una cosa miserable y tuvo ganas de llorar.


II


Pocos días después, a principios de marzo, se divulgó por todo el pueblo una importante noticia: había llegado de Catamarca el Director de la escuela normal. Todas las vacaciones el Director iba a Catamarca, su pueblo, para descansar, visitar a sus parientes, pasar los meses terribles del verano. Solís hubiera deseado saludarle esa tarde en la propia escuela; pero, encontrándose un poco enfermo, dejó la visita para el día siguiente. No obstante, como desde el atardecer se sintiera otro, aceptó a la no- che la proposición de Pérez, el pianista, su convecino en la casa de huéspedes, de presentarle al Director en la tertulia del boticario, una reunión escogida a la que asistía "lo más intelectual" de la ciudad. El músico aseguraba a Solís que él disfrutaba en la tertulia de sólido prestigio y que tenía, por lo tanto, autoridad de sobra para llevarle.

Y allá fueron.

La Farmacia Moderna ocupaba una esquina frente a