distintos motivos, que al final se combinan e interrelacionan. La sucesión parece concluir en una simultaneidad polifónica, lo que es grato al héroe, por la ordenación unitaria que implica, mas allá del fugaz escaparse de las impresiones, como al final de la obertura de Los maestros cantores, tan admirada por Proust. Pero el héroe realiza un segundo descubrimiento fundamental : la sonata y las demás obras anteriores de Vinteuil, no han sido sino esbozos, tímidos ensayos de la obra maestra que estaba escuchando. Con el lo se afecta la concepción anterior del héroe de la sonata como un universo cerrado. Del mismo modo, el héroe creía que universos cerrados habian sido todos sus amores, pero en rigor, ahora comprendía que habían sido esbozos de su amor más grande, de su amor por Albertina. Hay, pues, una unidad de estilo y de verdad en la obra de todo gran artista, lo que principalmente puede aplicarse al propio Proust, consciente de que todos sus trabjos anteriores habían sido insinuaciones frágiles de su Recherche. Pero el pensamiento sobre el amor aleja nuevamente al héLoe de la música y lo acerca al recuerdo de Albertina y de los celos por ésta. El héroe piensa que de todos los seres que conocemos y que, en verdad, no conocemos tal cual son , poseemos un doble, que es con quien tratamos. Pero el doble de Albertina, desde el descubrimiento de sus relaciones con Mlle. Vinteuil, está muy profundo en su corazón, y cuando representa a Albertina durmiendo, lo que como vimos despierta asociaciones musicales, es acariciado por una tierna frase ”familiar y doméstica" del septeto y quizás esta frase le fue sugerida a Vinteuil - en|aza nuevamente el héroe- por el sueño de su hija, pues "así se entrecruza y se superpone todo en nuestra vida interior”. Entrecruzamiento, superposiciones, múltiples asociaciones que nos vuelven al destino imaginario del desarrollo laberíntico pero riguroso de los temas musicales. Esta nueva frase doméstica, que calma el trabajo del músico, es comparada con la música de Schumann. Pero algo más misterioso que el amor por Albertina era la promesa de la alborada del septeto. ¿Qué se había hecho de ella? Nuevamente, se trata de dejar de pensar en el amor, para pensar en la obra musical. Vinteuil reencarnado, vive para siempre en su música. Es posible sentir su gozo en el color de sus timbres. Es tan personal que ni sus alumnos que Io imitan, ni los maestros futuros que lo habrán de superar, pueden hacer palidecer su originalidad. Con esto se conpleta el criterio sobre la posibilidad del progreso 105 que en el septeto,‘ del mismo modo que en la sonata, se exponen sucesivamente
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