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Poesías de Cuellar. — 313

Marchitos los pensiles,
En vano instantes de placer evoca.

Y si en una mujer, arrebatado
Por delirio de amor, puso su alma,
Después ¡ay Dios! su corazón cansado,
Herido, maltratado,
Perdió su fé, su placentera calma.

Y solo y triste por fatal camino
Busca una luz y siente de improviso
Que á impulso de su pérfido destino,
Cansado peregrino
Atrás dejó su dulce paraíso.

Y jamás volverá; porque las horas
Hundiéronse en el polvo de la nada,
Sus locas esperanzas seductoras
Son yertas moradoras
De la tumba terrífica y helada.

Nada le queda ya; sus ilusiones
Como pardas alondras revolaron
Para alentar sus férvidas pasiones,
Y á incógnitas regiones
En confusión alegres retornaron.