Quiere todos los ruídos percibir.
Y erguida, cual la corza amedrentada
Que acecha el cazador, se para, atiende,
Y al disiparse la visión soñada
Se escucha su sarcástico reír...
Y se inclina y atisba cuidadosa,
Brilla una luz de pronto en su pupila
Y se lanza á ocultarse presurosa
En el estrecho, oscuro camarín.
Toma en sus blancas manos descarnadas
Un ramillete de exquisitas flores,
Y al contemplarlas mústias, deshojadas.
Inclina como ellas la cerviz.
Las oculta en su seno que se agita
Cual la honda de cristal al soplo leve;
Y en otras horas con placer medita...
Las horas ¡ay! de su fatal pasión,
Y sus labios murmuran de contino
El nombre de su bien idolatrado,
Sumergiéndose en éxtasis divino,
Gozando en inefable conmoción.
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Poesías de Cuellar.