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Poesías de Cuellar. — 171

Donde beben los ángeles del cielo;
Ella lo guarda entre sus castas manos
Para dar al sediento peregrino,
Que equivocó el camino,
Y la llama infeliz en su agonía,
En su pesar profundo,
Que es la única en el mundo
Que del triste mortal los pasos guía.

Yo sé que tú te postras reverente
Ante ese ángel de paz; sé que la invocas
Y que ilumina tu apacible frente,
Cuando las orlas de su manto tocas;
Yo sé que tú la amas, que á tu lado
La llamas con solícito cuidado,
Cual los blancos risueños serafines
Que allá del cielo inmenso en los confines
Al lado viven de las justas almas
Y á la blanca virtud, si baja al mundo,
Sus coronas le prestan y sus palmas.

Ámala sin cesar, no venga el día
En que al fiero desdén tienda las alas
Y te abandone enmedio á tu agonía....
Qué hicieras ¡ay! sin sus lucientes galas.