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Poesías de Cuellar. — 141

Sí; y aún te sigue el doloroso acento
Que lanzo en mi continuo desvarío,
Y te miro, fugaz, como una sombra,
Sepultarte en el cóncavo infinito,
Como se pierde en el parduzco fondo,
Al espirar el sol en su camino,
El roble colosal que en lontananza
Entre los bosques se destaca erguido;
Mas tú no volverás á presentarte
Ante mis ojos, como el roble altivo,
Cuando aparezca tras los altos montes
Del nuevo sol el resplandor divino.
No, no, jamás; que entre las sombras cruzas
Deja impalpable eternidad perdido,
Y ni la luz de plácidos recuerdos
Alumbra tu contorno fugitivo.
Un sueño fué que aletargó mi mente,
Pero ¡ay! un sueño del Edén traído,
Para un instante enagerar el alma
Y hundirla en el tormento de improviso...
Todo acabó: la hiel del desengaño,
En vez del néctar del deleite libo,
Y en mi agudo dolor, dentro del pecho,
Del corazón me cansan los latidos.