Yo contemplé la mar, el bosque umbrío,
Y al dirigir mi vista al alto cielo.
Surcó veloz el pensamiento mío
Por el éter purísimo, vacío,
Para rasgar el misterioso velo.
Y luces vi de nítido diamante
Esparcidas doquier; blancas estrellas
Que lanzaban de sí cada una de ellas
Destello rutilante.
Magníficos fanales misteriosos,
¿Sois acaso las fúlgidas moradas
De los que, el mundo al olvidar dichosos,
Volaron á escuchar los deliciosos
Conciertos de las músicas sagradas?
¿Quién sois, cuyo brillar nunca sereno,
Así la luz de vuestra faz fulgura.
Desde esa inmensa, incomprensible altura,
¿Qué existe en vuestro seno?
¿Guarda, tal vez, de la divina esencia
Un átomo que Dios destina al hombre,
Ya libre de su mísera existencia
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Poesías de Cuellar.