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cuerda suavemente pulsada por la mano maestra, otras es el sonido de la cuerda que se rompe. Estos sonidos son a menudo disonantes y tales incorrecciones constituyen el peculiar encanto de esta musa.

Sobre las flores de su rosal melancólico llueve la sangre de la vida y bajo su cielo taciturno brilla como la pupila pensativa de la eternidad, el astro luminoso de la Esperanza que es el ensueño de la Justicia.

Así ella puede decir: «Hay en mí la conciencia de que yo pertenezco al caos y soy sólo una forma material». Así puede petrificarse en la muerte de la madre de la amiga en la que «Nada se había movido». Así puede rugir como una loba o extasiarse, junto al lago, en la parnasiana contemplación de los cisnes blancos... y así puede pasar por la vida. cantando sus dolientes canciones impregnadas de una positiva tristeza más amarga que las espumas del mar.


Juan Julián Lastra.


Otoño de 1915