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Así el grito del alma dolorida y atormentada. Los versos aparecen espontáneos y naturales como las rosas. Todas ellas, unas páginas más intensas que otras, dicen de un espíritu escogido para penetrar en la región desconocida. El alma de un poeta consumado es la lira de estos sus versos, Alfonsina.

He recorrido lentamente, en un silencio melodioso, las avenidas de este su agreste lirismo donde se oyen grandes gritos humanos, aullidos de lobos, besos, sollozos, aleteos, risas, músicas lejanas y rebeliones.

En algún rincón yace el cuerpo de una paloma muerta por un niño cruel y en otras han entrado al jardín las alimañas de la selva.

Pero los versos musicales siguen vibrando:

«La tarde es apacible: juguetea en el aire
Una sonrisa eterna»...

El sol ilumina tenuemente áureo el cielo de Otoño de estos versos. Las hojas caen en un eterno murmullo: el silencio es severo. Y en la suprema desolación de ese silencio supremo vibra el alma fuerte — alma de poeta — de esta niña.

Sus gemidos son versos armoniosos, fuertes y viriles. No hay en ellos nada de simetría: alguna incorrección de buen gusto, música, y sobre todo, el perfume doloroso de las flores que agonizan en estos vasos negros — en cuyo cristal luminoso — Ada Negri pondría su nombre de oro y fuego.

III

Hay notas intensas, profundas y sonoras en el abismo de esta alma joven e insondable. A veces es la armonía de la