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ANIMALES JUSTAMENTE CELEBRES.

I.

«La naturaleza medió cuerpo de mujer, pero mis acciones me han igualado al hombre más esforzado. He regido el imperio de Niño, que por Oriente linda con el rio Ilinaman, por el Sud con el país del incienso y de la mirra, y por el Norte ron los Sakas y Sogdianos. Antes de mi, ningún asirio habia visto mares, pero yo he visto cuatro adonde nadie llegaba por estar muy remotos. He obligado a los rios á seguir el curso que quería, y que siempre ha sido por los sitios en que eran más útiles, fertilizando la tierra estéril, y regándola con las aguas; he erigido fortalezas inespugnables; he construido con el hierro caminos al través de peñascos, impracticables; he abierto á mis carros sendas, que ni las mismas lleras habían recorrido, y en medio de estas ocupaciones, he tenido tiempo para mis ocupaciones y para mis amigos.»

Así habla Semiramis de si misma, en una inscripción que, según dicen, encontró Alejandro en los confines de la Escitia, y que Polieno asegura haber conservado.

No es precisamente Semiramis el primer criminal célebre que mis recuerdos históricos me traen en este momento a la memoria; pero no se puede pensar en la grandeza fabulosa de la gran reina asiría, sin lijar la atención en la celebridad histórica del animal más grande que pisa la tierra después del diluvio.

Se duda si Semiramis sometió á su dominio todo el Egipto y la mayor parte de la Etiopia; mas se cree que, escitada su codicia por las riquezas de la India, preparó una espedicion formidable contra aquella región del Asia.

Estratobatis, rey de la India, se preparó á recibir á la rema de Babilonia, y opuso al Ímpetu de los ejércitos victoriosos de la mujer más sensual que recuerda la historia de aquellos tiempos, la fuerza de los animales más castos que se encuentran en las variadas páginas de la historia natural.

Quiero decir, que los elefantes de Estratobatis destrozaron el ejército de Semiramis, reduciéndolo á la tercera parte.

La mujer de Niño retrocedió fugitiva á las orillas del Eufrates, y no volvió á pensar más en las riquezas de la India.

En nuestros tiempos, Inglaterra, como si fuese la heredera del honor de Babilonia, está vengando, en las orillas del Indo, el desastre de Semiramis.

El primer bruto célebre que nos encontramos en el umbral de la historia profana, es el elefante vencedor de Semiramis.

Cualquiera que sea nuestra vanidad de hombres, no podemos negar que Estratobatis, hombre y rey, debió su triunfo á los elefantes que acometieron sin su orden y vencieron, digámoslo asi, sin su permiso.

El honor de esta victoria les pertenece, y si los 300 lacedemonios de las Termópilas supieron morir, los elefantes de Estratobatis supieron vencer; y si Semiramis hablara, nos diría que hubiera preferido encontrarse á los lacedemonios de las Termopilas, más bien que á los elefantes de la India.

Sin que lo diga, podemos asegurarlo: porque en el primer caso habría sido vencedora, y en el segundo caso fué vencida.

Las trompas de la fama han llenado el mundo con la gloria de aquellos héroes: más modestas las trompas de los elefantes han permanecido mudas.

Cuenta Herodoto, (pie los siete conjurados que dieron muerte á Smerdis, usurpador del trono de Persia, se encontraron sin saber qué hacer de aquel imperio sin rey, y erigiéndose en una especie de Asamblea constituyente, discutieron la forma de gobierno que habia de adoptarse.

Darío, que era uno de los conjurados, sostuvo la conveniencia de la forma monárquica que fué aceptada por los siete.

La primera dificultad estaba vencida, pero quedaba la segunda. Tenían monarquía, pero faltaba el rey. Allí estaba la corona; pero ¿dónde estaba la cabeza?

Antes de resolver esta segunda dificultad, se otorgaron toda clase de honores y de preeminencias, y después pensaron en el rey.

Habia que elegirlo, y claro es que en el caso de una votacion, -cada uno de los siete conjurados se hubiera elegido á si mismo para rey de Persia.

Entonces idearon una especie de plebiscito, confiando al más noble de los brutos el árduo encargo de elegir monarca.

Convinieron, pues, en que á la mañana siguiente se presentarían los siete delante de la ciudad, y el caballo de aquel que relinchara antes, sería proclamado rey.

No estalla este sufragio exento de la influencia moral necesaria en estos casos, y el escudero de Darío halló medio de poner anticipadamente en la espumante boca del caballo de su amo el relincho vencedor.

El caballo de Dario relinchó antes, y Dario fué rey de los persas.

Hé aquí el segundo animal célebre que nos recuerda la historia.

Los elefantes de Estratobatis usurparon al ejército indio la gloria del triunfo; el caballo de Dario usurpó al pueblo persa el derecho electoral.

Hicieron los elefantes lo que no consiguen hacer todos los ejércitos. Hizo el caballo de Dario lo que apenas saben hacer los pueblos modernos.

La gloria de este noble bruto es mas grande de lo que parece á primera vista, y conviene examinarla á la luz de la razón y de la historia.

Yo pregunto ¿llamado el pueblo persa á designar su rey, hubiera elegido á Dario?

Puede que haya quien conteste que si; y entonces yo afirmo que el caballo fué intérprete fiel de la voluntad del pueblo.

Pero es indudable que el pueblo persa pudo elegir á otro, y entonces es históricamente incontestable que el caballo de Dario tuvo más talento que todo el pueblo, pues no vaciló en elegir al único que merecía ser elegido.

Los votos del pueblo hubieran podido designar á cualquiera para ceñir la corona de Ciro; pero el relincho del caballo de Dario supo designar al que podía ceñirla.

Corresponde, pues, á tan noble bruto el honor de elegir rey, y la rara gloria de haber sabido elegirlo.

Cuatrocientos veintiocho años antes de Jesucristo, vino al mundo en Atenas un niño, que sus tiernos padres debieron recibir con viva alegría, y al que, de seguro, los cultos atenienses recibieron con completa indiferencia.

Llegó á contar algunos años de vida, y todavía la sabia Grecia ignoraba su nombre y le llamaba Aristocles, porque asi se llamaba su abuelo.

Como no sabia hablar, no podía decir quién era, y los atenienses hubieran tardado algún tiempo en penetrar el misterio de este niño, si no se hubiera anticipado á su gloria una singular profecía. El sueño es el placer de los niños, porque deben creer que durmiendo se sustraen al dolor de haber nacido, ó porque el cielo es para ellos el umbral del mundo adonde vienen, desde el que pueden ver el mundo que dejan.

Ello es que Aristocles dormía una mañana debajo de un mirto, cuando un enjambre de abejas rodearon su rostro, parándose algunas en sus lábios, y desde aquel momento corrió por Atenas la noticia de que aquel pequeño niño llegaría á ser un grande hombre.

De aquella boca libada por las abejas, debían salir más tarde raudales de dulzura, la miel de la elocuencia, y queriendo perpetuar en la gloria futura del hombre la gloria del animal que lo habia descubierto, le llamaron a)>is ática, abeja ateniense.

Aquel niño fué hombre, y aquel hombre fué Platón.

Si Colon hubiera descubierto la América antes de que América existiera, hubiéramos añadido á nuestra admiración el más profundo asombro.

A los ojos del mundo atónito, la gloria del inspirado genovés, habría sido la primera gloria de la tierra.

Pues bien, las abejas descubren á Platón antes de que llegara á ser Platón.

Cuando el maestro que educaba sus músculos en los ejercicios del gimnasio, viendo la cuadrada anchura de sus hombros, le dijo, «tú eres Platón,» hacia ya algunos años que las abejas le habían dicho á Grecia y al mundo: «este será Platón.»

Pero véase lo que es el destino de los hombres; las abejas lo anunciaron, y un gallo lo venció.

Platón quiso dar á conocer á sus discípulos al hombre, y les dijo: el hombre es un animal vipedo é implume.

Díógenes, que se arrastraba por los pórticos de Atenas, tenia por lo visto más alta idea de si mismo, y cojiendo un gallo, lo desplumó; corrió á la Academia, y arrojando el gallo desplumado en medio de los discípulos reunidos, esclamó: n¡ahí tenéis el hombre de Platón!»

Permítaseme una suposición racional.

Si Diógenes no hubiera tenido á la mano un ave que desplumar; supongo yo que el hombre seria á estas horas un animal con dos piés y sin plumas, esto es, un pollo desplumado.

Platón no tuvo más remedio que bajar la raheza ante la réplica victoriosa de Diógenes; poro es incontestable (pie solo un ave pudo infundir en Diógenes tan brillante réplica.

El gallo fué para Platón más terrible que el mismo Diógenes.

De todas maneras, no podemos desconocer que á un pollo le debemos el ser hombres, y seria una injusticia y hasta una ingratitud negarle la gloria que le pertenece.

Sin pasar adelante, vemos que en el arte de la guerra hay elefantes que saben vencer á la gran reina de Babilonia.

Vemos que en el difícil arle de la política hay un caballo que sabe dar un gran rey á uno de los pueblos más grandes de la tierra.

Vemos que en el orden de los descubrimientos, un enjambre de abejas descubren en Atenas á Platón oculto en la risueña boca de un dormido.

Vemos, en fin, que en medio de las lecciones filosóficas de la primera academia de Atenas, un pollo desplumado triunfa del gran filósofo griego.

La fama ha llenado el mundo de celebridades humanas; pero confesemos una vez siquiera, que hay brutos memorables tan dignos de nuestra admiración, como muchos hombres.

La historia nos dará datos para completar este ilustre catálogo.

J. S


DON GONZALO CASTAÑON.

En este número publica La Ilustración el retrato de nuestro malogrado amigo y compañero en la redacción de El Día. últimamente asesinado en Cayo Hueso, según parte oficial del dignísimo general Caballero de Bodas, por cinco refugiados cubanos de los que temerariamente han sostenido, y aun quieren sostener, una horrible guerra contra la integridad nacional, contra la bandera española. Castañon defendía valientemente la causa de la patria y de la humanidad en el periódico La Voz de Cuba, y este ha sido el motivo que han tenido para asesinarle los (pie pretenden hacer simpática su causa recurriendo al incendio, al asesinato, y á todos los crímenes.

La muerte de Castañon debe ser sentida por todo español amante de la honra de su patria,; ha muerto por servirla con honor y valentía.

Tan querido como era por los peninsulares y por los cubanos sensatos, tan odiado era por los insurrectos á quienes combatía con tal nobleza, con tales razones, con tal fuerza irresistible de lógica, y sobre todo, con tal patrio entusiasmo, que con sus artículos ejercía la más saludable influencia en la opinión pública en favor de la causa santa de la nación.

Bien se manifiesta el odio á Castañon en un periódico de Cayo Hueso, precisamente, titulado El Republicano, que recibimos todos los correos, y en cuyos números últimamente recibidos, y (¡tic son anteriores al asesinato, se le insulta de la manera más torpe y se le llama el infame Castañon. Quien tal ha escrito no conocía á Castañon, porque es imposible que, conociéndole, pudiera llamarle infame el mayor di; sus enemigos. Corazón noble y leal, elevada inteligencia, carácter franco y generoso, Castañon era uno de esos hombres de quienes se puede decir cuando mueren: No hizo mal a nadie.

Su misma nobleza, su misma generosidad, le llevaron sin duda á Cayo Hueso, donde no le esperaban caballeros, le esperaban asesinos.

Gonzalo Castañon nació en Mieres (Asturias) en diciembre de 1834, hijo de una honradísima familia. En la universidad de Oviedo siguió la carrera del foro de la manera más brillante, siendo siempre el primero, ó de los primeros, en el estudio, la inteligencia y el carácter, apreciado por sus catedráticos y querido como hermano por sus condiscípulos. El año 1859 terminó su carrera, y se dedicó al periodismo, fundando con jóvenes amigos una revista titulada El Invierno, en la que publicó infinidad de artículos sobre intereses materiales del Principado y sobre literatura: Castañon, si sus aficiones no le hubieran llevado por otro camino, hubiera sido un escritor satírico muy notable. Ya antes de terminar su carrera habia publicado otro periódico titulado La Tradición, en el que