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LOS MULETEROS MARANCHONEROS.

Las dos planas que tiene delante de su vista el lector pueden distraer el animo de los aficionados á ver láminas, y hacer pensar no poco á los que naturalmente, son dados á la meditación.

Cuatro láminas condensan el ayer y el hoy: las muías y los velocípedos presentándose á nuestra imaginación en un solo cuadro, nos marcan la distancia que ha recorrido el pensamiento humano desde que el gran Colon, montado en una muía iba con la protección de los Reyes Católicos al puerto de Palos, para embarcarse y descubrir el nuevo mundo, hasta que un atrevido gimnasta ha atravesado el Niágara en velocípedo sobre una cuerda.

Pero si al reunir las cuatro láminas hemos buscado en el contraste una ocasión para que los lectores mediten, nos guardaremos bien de engolfarnos con ellos en la meditación.

Estamos en el período de la fiebre: para recoger todos los gritos de conquista que la ciencia lanza en nuestros días, para abarcar todas las ideas que el ingenio transforma en obras de arle es preciso volar.

Dichosos aquellos de nuestros lectores, que en el fondo de una aldea, ó en el tranquilo albergue de una provincia pueden detenerse á pensar en los efectos de la civilización: nosotros, que necesitamos estar en todas partes, verlo todo, reproducirlo todo, les entregárnoslos efectos.

Algo diremos, sin embargo , aquí, de los Muleteros, como después de los Velocípedos.

Los dos tipos que ofrecemos á los lectores, aunque bajo el punto de vista de la locomoción representan el ayer, viven hoy, y uno de nuestros dibujantes los ha visto no há mucho en Getafe.

Ocultos bajo los pliegues de esa brillante capa que se llama la civilización moderna, apenas aparecen en las grandes ciudades.

Su vida tiene mucho parecido con la de los gitanos, y aunque los muleteros maranchoneros son por lo general paisanos del inmortal Don Quijote, hay motivos para presumir, dadas sus costumbres, que cuando menos, son una rama desprendida del árbol de la gitanería.

El muletero que está apoyado en la vara de acebuclic junto á la antigua reja de la casa de un pueblo, es un criado. Cerca de él están las yeguas con el cencerro, cuyo sonido reúne en breve á las esparcidas muletas.

Ese jóven se ha criado en el campo, ha pasado todas las noches de su vida al raso, puede contar á los poetas que se levantan á las doce como sale la aurora, ni conoce el frió ni el calor, come siempre con buen apetito y es capaz de digerir piedras, duerme sobre la tierra sin mas almohada que su castoreño y nadie le gana á ocultar lacas en los animales, escamotear lo que encuentra al paso, ponderar las cualidades de las muletas, apurar un jarro de vino y dar una puñalada al lucero del alba.

No le habléis de política, de arte, de nervios: no os entenderá. Preguntadle por el pelo de las muías, por los corbejones, por el diente; habladle de las ferias, de unas magras de jamón y de un cane y le veréis animarse.

Estará en su elemento.

El personaje que aparece montado en una