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CAPITULO VII


Salido del despacho de su padre, Psantik se fué sin demora al templo de la diosa Neith. En la entrada preguntó por el supremo sacerdote. Los sirvientes del templo le rogaron que aguardase, porque el gran Neithotep se hallaba en aquel momento rezando en el sacratísimo[1] de la sublime Señora del cielo.

Un joven sacerdote pareció á poco rato, anunciando que su amo esperaba al príncipe.

Psamtik dejó inmediatamente el fresco sitio que ocupaba á la sombra de los plateados pobos del bosque divino, á orillas del estanque[2] consagrado á la gran Neith. Cruzó el pavimento de asfalto del primer antevestíbulo, expuesto á los deslumbradores rayos del sol que parecían saetas de fue-