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CAPITULO VIII


Dos horas antes de media noche, rumores de alegría y rayos de clara luz salían afuera por las ventanas abiertas de la casa de Rodopis.

En honor de Kresos, la mesa de la anciana estaba adornada con una riqueza especial.

Reclinados en los divanes, coronados con ramos de pobo y de rosas, estaban los consabidos huéspedes de Rodopis: Teodoro, Ibikos, Fanes, Aristómajos, el comerciante Teopompos de Milesio, Kresos y varios otros.

—Pues sí; este Egipto—dijo Teodoros el escultor,—me hace el efecto de una niña que tiene un zapato de oro que no quiere quitarse por más que le apriete y le duela, aunque tenga delante sandalias hermosas y cómodas que bastaría calzar para poderse mover en seguida con libertad y soltura.

—¿Te refieres á la obstinación con que los egipcios con